{11/12/2011} El planeta administrado por el hombre parecía al borde de la catástrofe. La especie que se mostró hábil en usar las manos y el cerebro parecía desprovista de sentido, atrapada en su forma de vida monstruosa y desequilibrada. Se evidenciaba, así el final de los tiempos.
El punto de quiebre, de ruptura estaba siendo activado. De un momento a otro podrían surgir nuevas actitudes, nuevos comportamientos, nueva posición en relación a la vida. Si esta nueva postura sería de ignorancia y guerra o de conciliación y paz, nadie en esa época lo sabía. Unos deseaban un final de los tiempos apoteótico, con mucho fuego en el aire para quemar las impurezas. Otros querían ser llevados con vida del planeta, elevándose por los cielos o en una nave extraterrestre. Otros contemplaban el vacío, se suicidaban o se dejaban abatir física y psicológicamente en crisis depresivas, esperando la salvación que no venía.
Sordos, los hombres no escuchaban los gritos de sus propios corazones que pedían acción en pro del amor. Amarse a sí mismos y ganar fuerzas para amar al prójimo. No había otra salida. Los hombres que comprendieron que llegaba el fin de la era del miedo, se abrieron a esa realidad. Y la quiebra económica, las desgracias humanas, los tormentosos quejidos de la naturaleza quedaron en segundo plano. Cual una nueva vida que brota en la tierra libre y se encuentra ante la fuerza de una tempestad, ellos se mantuvieron de pie, en la fe y en el amor a la vida real. {Crónica 033}.
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